Caracas.- El 17 de junio de 2011 cambió la vida de Rodney Álvarez. Ese día, como cualquier otro, se encontraba en su puesto de trabajo en Ferrominera del Orinoco, donde se desempeñaba como electricista. Su jefe inmediato le pidió ir al portón de la empresa y ahí comenzó su calvario. Cuatro efectivos del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) le colocaron las esposas, una capucha y lo subieron a un helicóptero.
Los atropellos de casi once años de prisión le siguen pasando factura, los revive con un fuerte dolor de cabeza que no se le quita, y que a veces se convierte en palpitaciones, en las lesiones en el fémur izquierdo y en el brazo derecho, y sobre todo en su incapacidad para sentir emociones pues asegura que «están como muertas».
«En el helicóptero me amenazaban con que me iban a lanzar y me preguntaban dónde estaba la pistola», contó a El Pitazo el trabajador casi once años después de su detención. Lo culpaban sin pruebas de la muerte de Renny Rojas, un compañero que fue asesinado una semana antes en las puertas de la estatal durante la celebración de una asamblea de trabajadores en la que elegían la comisión electoral para renovar los representantes sindicales de Ferrominera.
De los cargos que le imputaban se enteró mientras era golpeado y amenazado en la sede del Cicpc. «Me decían que admitiera que había matado a Renny Rojas y que me había mandado Rubén González. Ahí caí en cuenta y desde ese momento mi vida fue una tortura y un tormento», recordó.
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Al día siguiente pudo llamar a su mamá y a un abogado. A su madre le avisó un día antes un compañero de trabajo por lo que al recibir la llamada de Álvarez ya sabía cuál era la situación. «Me tocó a mí, solo por ser un obrero. Me tomaron como chivo expiatorio», señala Álvarez, quien insiste en su inocencia y aclara, además, que en ese momento no era sindicalista ni tampoco lo es ahora.
Durante estos casi once años, Álvarez paso por cinco centros de reclusión: el Cicpc en Puerto Ordaz, una sede policial en Bolívar, donde estuvo dos años, Yare III, El Dorado y finalmente El Rodeo. De todos destaca las condiciones de insalubridad que califica de «atroces».
«Cuando yo entre a ese calabozo en el Cicpc entre en shock. Eso no se lo deseo a nadie. Hay gusanos, tienes que defecar encima de los otros desechos por falta de agua potable, no recibes alimentación adecuada. En los centros penitenciarios dan bazofia de comida, eso es basura», relató.
Álvarez condena que los privados de libertad del país, políticos o no, vivan atropellos por parte de los representantes del sistema judicial. «En las cárceles te maltratan, te pegan, te dan palazos, peinillazos. A los palos de pico le llaman ‘derechos humanos’ para burlarse de los privados de libertad», contó.
Apenas desde hace dos años el trabajador de Ferrominera pudo dormir en una cama, producto de las constantes denuncias y actividades en las que se hizo visible su caso. Antes de eso, dormía en el piso como el resto de los privados de libertad. También fue víctima de tres atentados en los que resultó herido con arma blanca.
En su tiempo tras las rejas intentó jugar rugby, pero una lesión impidió que continuara. Las distracciones eran pocas. «Una que otra vez nos sacaban al patio a jugar futbolito», dijo. También calificó de falsos los anuncios sobre cursos o actividades educativas para los privados de libertad, pues, según relató, normalmente los ofrecen y nunca culminan, entregan el certificado para tomar la fotografía oficial pero nunca reciben la formación.
Álvarez recibió libertad plena el pasado 15 de abril. Cuando le dijeron que recibiría la libertad no lo creyó. Apenas pisó la calle se arrodilló y levantó sus manos al cielo para agradecer a Dios, pero aún así, asegura que no sintió nada. «Le sigo sonriendo a la vida y sigo teniendo sueños pero mis emociones están como muertas. Yo era una persona muy alegre pero mataron algo de mí que no sabría cómo explicarlo. Cuando yo supe que mi familia venía no sentía nada. Cuando los vi fue el único momento en que más o menos sentí algo», expresó.
Para intentar recuperar su vida y adaptarse nuevamente a la libertad, Rodney Álvarez asiste actualmente a terapia psicológica. Mientras tanto, pide su reincorporación a su puesto de trabajo en Ferrominera del Orinoco y el pago de salarios caídos y beneficios que dejaron de disfrutar sus hijos que hoy en día tienen 13, 14 y 15 años, y quienes, según dijo, lo consideran un desconocido pues fue poca la comunicación que tuvieron en estos once años.