Un G7 frente al autoritarismo chino y ruso

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Por Carmen Grau Vila

Poco podía prever Hiroshima, símbolo de paz durante siete décadas, que sería testigo directo de un mundo nuevamente en tensión. La última vez que Japón acogió una cumbre del Grupo de los Siete, en 2016, el entonces presidente estadounidense Barack Obama realizó una histórica visita a la ciudad víctima del primer bombardeo nuclear. El G7 arranca en Asia en un momento clave y la intención de Japón de abrir la cita a otros actores como Corea del Sur, India, Vietnam o Australia muestra la urgencia que existe en la región por mantener un statu quo que Rusia y China pretenden amenazar.

Los líderes de las principales potencias llegan al Pacífico precisamente cuando el eje económico y militar vira hacia la región, haciendo evidente la división del mundo en dos bloques. Japón, el país anfitrión y única nación asiática de un Grupo conformado por Reino Unido, Italia, Francia, Alemania, Canadá, Estados Unidos y una representación de la Unión Europea, aspira a reforzar durante esta cumbre alianzas diplomáticas en torno al “imperio de la ley” y “la integridad territorial”, en clara alusión a los desafíos que representan Rusia y China para el orden internacional.

Hiroshima persigue un mundo libre de armas nucleares, pero la realidad es que Rusia -expulsada del Grupo de aliados en 2014 por su anexión de Crimea- ha despertado viejos temores ante la amenaza de usarlas en Ucrania. Al mismo tiempo que Corea del Norte, otro actor ineludible, muestra una escalada sin precedentes de su capacidad militar. Tan solo en el año 2022, Pyongyang disparó una cifra récord de 59 misiles, algunos de alcance intercontinental, haciendo saltar las alarmas tanto en Tokio como en Seúl.

China, por otra parte, fondea asertivamente en mares aledaños. Solo en aguas japonesas, ha incursionado 32 veces en lo que va del año, según datos oficiales del gobierno nipón. El auge militar de Pekín, la tensión en el estrecho de Taiwán, las incursiones marítimas, los conflictos de soberanía territorial, la situación en Hong Kong o la detención en suelo chino de ciudadanos acusados de espías son vistos desde Tokio como un desafío a su seguridad nacional. Desde 2016, diecisiete japoneses han sido detenidos acusados de espionaje en China. Japón reclama a su vecino mayor responsabilidad en múltiples frentes. No es el único país. India y Australia también sufren desencuentros similares.

La guerra en Ucrania ha espoleado divisiones y acercado a Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU, un organismo donde ambos son miembros permanentes con derecho a veto, haciendo visible su alianza internacional. Son cada vez más frecuentes las maniobras navales conjuntas y el apoyo de China a las exportaciones rusas ha mermado los efectos de las sanciones internacionales.

Rusia se aleja así de Europa por su agresión a una nación soberana, mientras China es vista como un actor poco confiable en Asia Pacífico debido a su asertividad militar, autoritarismo y uso de la coerción económica para imponer sus intereses. Los últimos meses han transcurrido en la región bajo nuevas alianzas diplomáticas y militares en India, Corea del Sur, Filipinas, Australia, Estados Unidos o Japón, en un intento de contrarrestar las diferencias existentes con China.

Todo este contexto ha hecho reaccionar a Japón. Tokio, que se vanagloriaba de tener la Constitución más pacifista del mundo -impuesta por Estados Unidos en 1946-, aprobó el pasado ejercicio el mayor giro presupuestario en defensa desde la Segunda Guerra Mundial, duplicando el gasto militar con vistas a alcanzar en 2027 el 2 % del PIB de la tercera economía mundial. Y medita un paso adelante de mayor calado: mantiene conversaciones para acoger la primera oficina de enlace de la OTAN en territorio asiático.

¿Logrará el G7 de Hiroshima presentarse como un bloque de aliados garante de la seguridad internacional y el “imperio de la ley” en la región? El primer ministro nipón, Fumio Kishida, promoverá en el encuentro “un indopacífico libre y abierto”, la denominada iniciativa Free and Open Indo-Pacific (FOIP). Esta retórica, lanzada unos años atrás por el exprimer ministro Shinzo Abe, aboga por una mayor cooperación económica y militar, y condena cualquier agresión que haga peligrar el statu quo en una región en la que habita más de la mitad de la población mundial. Aliados como Estados Unidos, India, Australia, Nueva Zelanda y la UE se han sumado a la iniciativa y Japón mira ahora a América Latina: Ecuador, Paraguay, la República Dominicana, Guatemala y Uruguay ya la han reconocido oficialmente.

Para allanar el camino hacia esta cumbre, el gobierno japonés ha desarrollado en el último mes una actividad diplomática frenética. El primer ministro limó asperezas con Corea del Sur y visitó cuatro naciones de África. Mientras, el ministro de Exteriores, Yoshimasa Hayashi, visitó nueve países de América Latina y el Caribe en lo que va de año. El objetivo de Tokio es reforzar la diplomacia con ambos continentes a través de la cooperación en el indopacífico, donde una de las áreas prioritarias es la lucha contra la pesca ilegal (no declarada y no reglamentada). Un ámbito donde China también es vista como amenaza.

En búsqueda de una mayor cohesión internacional, los líderes de economías emergentes como India, Brasil, Vietnam o Indonesia también participan en la cumbre invitados por Japón. Junto con la presencia de Corea del Sur y Australia, la gran cita del G7 en Asia llega con el objetivo de afianzar alianzas en el mundo libre. El presidente de Brasil, único representante de América Latina, declaró su intención de abogar por la paz desde Hiroshima en alusión a Ucrania. Pero su cercanía a Putin y a Xi alejaría a Lula de una posible condena firme contra Rusia o una mayor cooperación regional de contrapeso a China. Al otro lado del Pacífico, muchos gobiernos latinoamericanos no se sienten incomodados frente a Rusia o China y apuestan por el pragmatismo, sin afán de posicionarse entre dos mundos. ¿Hasta cuándo podrán esquivar la encrucijada?

Carmen Grau Vila es periodista, historiadora e investigadora especializada en el Japón contemporáneo y colaboradora del proyecto Análisis Sínico en www.cadal.org

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