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lunes, 4 noviembre, 2024

Tocorón o la desesperada búsqueda de un final

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La distopía de Tocorón, retratada meticulosamente en el libro de Rísquez, y en los últimos días por múltiples reportajes, da para un drama criminal intrigante, no solo por los paralelismos con los mitos y realidades de fenómenos delictivos ultraconocidos como el cartel de Medellín en Colombia o de Sinaloa en México.

Por: Leonor Carolina Suárez

Alguien escribirá el verdadero final de la mega banda venezolana El Tren de Aragua, y ya no se llamará Tocorón. La ausencia o complicidad del Estado venezolano permitió que esa cárcel se convirtiera, por casi veinte años, en el centro de operaciones de una banda criminal que extendió sus tentáculos por el continente. Pero en la angustiosa necesidad de dominar el discurso, el gobierno ha forzado un capítulo “final” en dos partes. Primero la guarida y luego el perro.

El operativo de 11.000 agentes contra la estación central del grupo criminal que se desplaza por toda Sudamérica culminó con una sentencia del Ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz: “desmantelado totalmente”. Las imágenes de la toma y destrucción de la cárcel del estado Aragua a la que una banda convirtió en una ciudadela del terror le sirvieron de persuasivo telón de fondo. 

En inglés le llaman ‘magical thinking’ a la idea de que las creencias, pensamientos o palabras pueden cambiar el curso de los eventos en el mundo material. En relaciones públicas y política se le llama ‘spin’ a la intención de manipular la interpretación u opinión pública de ciertos hechos. ¿Puede decretar el gobierno de Maduro la desarticulación de una banda que opera en toda Sudamérica con la recuperación de Tocorón? Ronna Rísquez dice que no.

La historia documentada de la mega banda comandada desde las rejas por el Niño Guerrero fue publicada a inicios de este año en el libro de noficción: El Tren de Aragua: la banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina. Y es el fascinante y acucioso reportaje de la periodista Ronna Rísquez el que contribuye a entender las motivaciones tras la mediática acción del gobierno estos días. 

En el prólogo de El Tren de Aragua, el periodista Sergio Dahbar se pregunta si el grupo delictivo es acaso “una bomba de relojería que puede acabar con el Estado venezolano”. El despliegue militar y policial en Tocorón y la pronta declaración de victoria parecen sustentar al menos que el gobierno necesita controlar la narrativa. 

En medio de un clima preelectoral y a través de un operativo de seis horas sin grandes sobresaltos, según lo reportado, el ejecutivo retomó el control que nunca debió perder mientras desconoce el paradero de “los tres papás”, los líderes de la banda, entre ellos el Niño Guerrero.

La distopía de Tocorón, retratada meticulosamente en el libro de Rísquez, y en los últimos días por múltiples reportajes, da para un drama criminal intrigante, no solo por los paralelismos con los mitos y realidades de fenómenos delictivos ultraconocidos como el cartel de Medellín en Colombia o de Sinaloa en México, sino por los momentos que quedaron grabados en la memoria colectiva como la fuga de Pablo Escobar de su cárcel personal La Catedral o El Chapo Guzmán de la cárcel Altiplano. 

Tocorón ofrece también innovadores detalles que construyen una historia especialmente llamativa. Primero por sus dimensiones, el Niño Guerrero ejercía poder de mando sobre más de dos mil reos con estructura y eficacia administrativa respaldada por una violencia férrea; segundo, por sus curiosidades: un bar con nombre japonés, flamingos rosa, un pavo real albino y un establecimiento de nombre pintoresco: La sazón del hampa. 

En el caso de Escobar entonces, o del Chapo y del Niño Guerrero ahora, su mera existencia, su cómoda estancia carcelaria y la incapacidad para contenerlos, revela la debilidad o al menos negligencia cómplice de sus gobiernos. Los operativos en ambos casos dejan ver también el desespero por ponerle coto a una situación que ha calado hondo en la opinión pública y generado tensiones a nivel internacional. La necesidad pues de un desenlace real o pactado, como han sugerido ocurrió con la toma de Tocorón, para dar la ilusión de un final (aunque sea irreal o cuando menos efímero). 

Veo las imágenes de la toma de la cárcel y recuerdo también despliegues de fuerza altamente mediáticos más recientes. El operativo à la Bukele revela la necesidad del gobierno venezolano de una nueva narrativa. Me pregunto mientras tanto, por puro morbo, cuál era el plato favorito del Niño Guerrero en La sazón del hampa en sus visitas o los artistas que se habrán presentado en el bar Tokio. Ese es el peligro de estas maniobras mediáticas, logran distraernos en los detalles.

A diferencia de las películas venezolanas que se anuncian por estos días como Simón, La sombra del sol e incluso el anticipado regreso de las telenovelas en Venezuela,Tocorón tiene elementos peligrosamente fascinantes y profundamente seductores que sirven a quien sepa cobrarlos y que se adhieren como ganchos a la cultura de un país. 

Pero El Tren de Aragua ya no es solo la banda o el libro de una periodista sagaz y Tocorón tampoco es solo la cárcel. Más allá de su eficacia, el operativo Cacique Guaicaipuro es una maniobra que busca desaparecer como por arte de magia el problema político del Tren de Aragua y darle una victoria llamativa al gobierno. Ahora solo queda atrapar al villano justo antes de las elecciones.

LEONOR CAROLINA SUÁREZ / X: @LeonorSuarez / Instagram: leocarosuarez

Estratega de contenidos, escritora y guionista radicada en EE UU. Licenciada Cum Laude en Derecho de la UCAB y máster en Comunicaciones de University of Florida. Cuenta con más de diez años de experiencia en periodismo digital y producción audiovisual. Fun fact: participó en Miss Venezuela 2004.

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