Muchas madres: el mito del matriarcado venezolano

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Por: Leonor Carolina Suárez

Crecí en el seno de la clase media de los 80 y 90’s en Venezuela. Padres profesionales, fiestas con Black Label, colegio de monjas, un viaje al año y ninguna marca cara. Mi mamá atendía parturientas en el hospital y mi papá lidiaba con obreros en las construcciones. En la mesa de la casa algunos de los cuentos de esas gentes se convertían en fábulas. La gran lección de lo que nos pasaría si nos “portábamos mal”. Se construía así una clase media sensible, sí; pero conservadora… también.

Durante mi adolescencia solo se hablaba de los temas tabú como el aborto o la eutanacia en los “debates” dentro del salón. Los argumentos, ahora entiendo, eran un ejercicio para autoconvencernos de manera “racional” de lo que la Biblia ya decía. A fin de cuentas, si ni siquiera hablábamos abiertamente de sexo, cómo decir que hablábamos realmente de embarazo (más allá de las clases de biología) o que el aborto era una posibilidad en un país religioso y con las leyes más restrictivas en el tema. 

A pesar de la globalización, el reggaeton o “la revolución feminista” (la real y la tergiversión local), las cosas no han cambiado mucho desde entonces.

En los setenta, la ola del ‘Women’ s Liberation Movement’ reventaba en EE. UU. y logró avances en los derechos laborales y reproductivos de las mujeres con hitos como la histórica decisión que legalizó el aborto a nivel federal. Roe v. Wade (1973) desató la ira de los grupos religiosos de EE. UU. y el mundo. Con la apertura petrolera hacia la modernidad llegaron muchas cosas al país, pero las ideas del movimiento feminista no florecieron en suelo nacional.  

La primera forma de anticonceptivo popular que conocí en la Caracas de los noventas (que luego supe era bastante conservadora), fue entre las bromas “de los adultos” en la mesa de mi casa. Los médicos amigos de mi mamá solían hablar de más en las fiestas familiares mientras fluía el whisky. 

“Yo les pregunto a las parturientas”, saltaba un cirujano socarrón. “¿Cuántos hijos tiene usted?”, mientras cambiaba de mano el vaso campaneante. “¿tres o más?, le ofrecía la esterilización. Si esperábamos la siguiente visita ya venían con otra barriga”, soltaban todos una risa. 

Estos médicos no solo hacían labores de planificación familiar en plena sala de parto, también en los pasillos. Por protocolo, el marido debía autorizar por escrito el procedimiento anticonceptivo que iba a realizar aquel médico en las entrañas de la mujer. Entre, pues, el machismo al quirófano. 

Yo escuchaba callada para evitar que mi mamá se diera cuenta de que seguía allí, sentada, oyendo a “la gente grande”. Recuerdo que agradecía, silenciosa e ingenua, la acción humanitaria de estos médicos. “Era una labor noble”, pensaba, asumiendo que algunos de esos niños serían en unos años los malandros cuyas vidas estos profesionales salvarían en los abarrotados hospitales públicos del país. Las vidas de más de nuestro país. Ignorante, le sumaba así una buena dosis de clasismo a la ecuación de la realidad femenina del país.

Activista Vanessa Rosales recibe libertad plena en Mérida este 21 de julio

Yo imaginaba que esas mujeres estarían al menos secretamente agradecidas porque la barriga no se llenaría una vez más con otro “muchachito”. Ascendía al pedestal moral del grupo poblacional de las “niñas bien” que solo hablaban de aborto y sexo frente a libros de colores pastel. Y le daba “gracias a Dios” ya que poco sabíamos de eso. Era una satisfacción morbosa estar del lado “bueno” de la historia. 

Muchos años, reflexiones y una emigración más tarde; veo en las noticias locales cómo Ohio –uno de los estados más conservadores de Estados Unidos– rechaza una reforma a su Constitución. La estrategia era empujada por grupos antiaborto en un esfuerzo local por aprovechar la fisura que abrió en 2022 la derogación por sentencia de los derechos reproductivos de la mujer alcanzados en Roe vs. Wade

El resultado de la votación en Ohio se tradujo como una defensa a los derechos de la mujer. Esto me hizo buscar cómo iban las cosas en Venezuela hoy. 

En el año 2021, una niña de 13 años fue violada en Mérida. Lo sabemos porque su madre y su maestra estuvieron presas por orientar a la víctima sobre cómo interrumpir el embarazo producto de la violación. Vanessa Rosales, la maestra, se convirtió en un caso de perfil internacional y la presión obligó al estado a sobreseer la causa. El violador nunca fue atrapado. 

Llamé entonces a Venus Faddoul, abogada y activista merideña. Me responde desde Madrid. Le acaban de aprobar el asilo en ese país. Fue perseguida por el SEBIN por defender el caso de Vanessa Rosales. “Venezuela es un estado hiperconservador. Tan retrógrado como Centroamérica”, me dice por teléfono. Reviso los datos. Estamos entre los países con las legislaciones más restrictivas en cuanto al derecho al aborto, pero no solo en eso. También el matrimonio igualitario o la libertad sexual. Si no, pregúntenle a “Los 33” de Valencia. 

El 19 de julio de este año, Naibelys Noel fue condenada a 30 años de cárcel acusada de complicidad por el asesinato de su hijo a manos del padrastro, a pesar de que ella había denunciado en varias ocasiones los abusos de su pareja contra ella y su bebé. Él fue condenado a 15 años de prisión por el homicidio, la mitad de la condena de Naibelys. En Venezuela, ser madre es un agravante. 

Mérida | Mujer víctima de violencia de género fue condenada a 30 años de cárcel

María Corina Machado, la segunda candidata mujer de alto perfil en la historia del país después de Irene Sáez, se ha mostrado a favor del matrimonio igualitario y de la despenalización del aborto por violación; a pesar de que ha admitido que tiene “convicciones de orden religioso”. 

Nicolás Maduro ha hecho una alianza con los evangélicos, el ala más radical en cuanto a derechos reproductivos, al tiempo que busca capitalizar la mal llamada “revolución feminista” por darle cuotas de poder a mujeres fieles (incluida su esposa). Ellas, al parecer, carecen de influencia o interés en otros temas de género en el país.

Busco alguna noticia inspiradora y me cruzo con el video del cantante venezolano Noreh durante su primer concierto en Barinas. La imagen es emotiva. El joven de 24 años le canta a su abuela el tema ‘Muchas mamás’. Noreh es producto de un embarazo adolescente. “Mi mamá era una niña”, confesó el artista a Viviana Gibelli hace unos meses. Su madre dejó el hogar por violencias del padre cuando él era un niño. “Mi papá, dentro de esa idiosincrasia machista, no quería que ella trabajara. No quería que ella estudiara. La encerraba en la casa.”

Me pregunto en este contexto si el amparo de la religión seguirá siendo suficiente para las mujeres o si el poder del macho seguirá asfixiando hogares y juicios. En Venezuela, la crisis ha golpeado a todos, pero se ha ensañado especialmente contra las mujeres. Esto no es una creencia. El machismo en nuestro país es una política y la religión la respuesta fácil a situaciones femeninas complejas. 

Así las cosas en la patria que algunos se empeñan en llamar “matriarcal”.  Tal vez sí lo somos, a fin de cuentas tenemos muchas madres.

LEONOR CAROLINA SUÁREZ / Twiter: @LeonorSuarez / Instagram: leocarosuarez

Abogada. Licenciada Cum Laude en Derecho de la UCAB y máster en Comunicaciones de University of Florida. Cuenta con más de diez años de experiencia en periodismo digital y producción audiovisual.

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