Por: Gloria Cuenca
La gente en este país se ha acostumbrado a hablar sin tener la más mínima idea de lo que está diciendo. Por eso, informo que de Lógica sé, lo que aprendí con estupendos profesores en bachillerato y en la universidad. Fueron pocos estudios, pero los maravillosos profesores hicieron que pudiera hablar con lógica y entender la trascendencia de esa disciplina. Después está la política, fui una militante por 7 años en el PCV y 13 años en los irregulares grupos del maoísmo, en aquella Venezuela de la década del 70. Bastantes años después, me inscribí en el apasionante doctorado en Ciencias Políticas de la UCV, donde obtuve una importante formación teórica.
Exhibo una parte de mi currículo para que se entienda que hablo de algo que conozco suficientemente, sin rubor alguno. En efecto en estos días recientes, el ambiente político fue revuelto por una carta que un grupo de insignes opositores firmó pidiéndole al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, que suspendiera las sanciones económicas. Específicamente, las que se refieren al tema petrolero. Ardió Troya, como se dice. Los guerreros del teclado enloquecieron; los radicales, más. Desde el exterior hubo una respuesta entre ofensiva y agresiva. También un sector importante quedó paralizado por el impacto.
Lo primero que quiero decir —escribo para gente pensante— es que el tema de las sanciones es una antigua política de los Estados Unidos y de muchos estados democráticos que tienen que enfrentar tiranías y dictaduras, con un gran dilema ético: no ser, ni transformarse en lo que están combatiendo.
Las sanciones económicas serían una manera de demostrar su oposición a lo que ocurre, pero no se ponen en el nivel de quien contradicen. ¿Han servido contra estados dictatoriales a lo largo de la historia en el planeta? Amables seguidores y contradictorios lectores: con pesar tengo que decir que las sanciones que se han tomado a lo largo de décadas no han surtido el efecto deseado.
Recuerdo el caso de China comunista, bloqueada por años sin que eso tuviera repercusión alguna en aquel régimen (finalmente Nixon y Mao, conversaron: resultaron grandes amigos). Ah, y qué decir del bloqueo contra la dictadura de Francisco Franco. Se murió en su cama después de 40 años de feroz dictadura. Ni para qué mencionar el bloqueo a Cuba. Hay quien dice: “No existe. Tiene todos los años del mundo, y allí están martirizando y masacrando al pueblo cubano como siempre.
¿Tienen sentido las sanciones? ¿Para qué los voy a engañar? yo misma, no lo sé. Tienen —eso sí— un efecto propagandístico, claro. ¿Tumban gobiernos? Ya vemos que no. Entonces viene la parte lógica, analizar los hechos con frialdad y seriedad.
¿Vale la pena? Vuelvo a decirles con sinceridad: no lo sé. Pienso que individualmente, puede ser un castigo duro, cuando pone en una especie de cuarentena a personas que van y vienen por el mundo, señalados y de la alguna manera castigados por la opinión pública mundial. Pero, ¿Acabar con un régimen? ¡No!
¿Qué hacer? No tengo respuesta. Solo sé que hay que luchar y luchar hasta lograr la victoria final, sabiendo que enfrentaremos triunfos y fracasos. Que sin unidad todo es más difícil. Que caracterizar a nuestros oponentes es fundamental: saber quiénes son ellos, quienes somos nosotros. Para actuar en consecuencia. Es decir, no ‘pedir peras al olmo’.
Sí confiamos en la vida, al final los buenos siempre ganamos. Me mortifica la reacción violenta de los que no están de acuerdo con una postura democrática: por ejemplo, escribir una carta. Se trata de una acción democrática. La expresión sincera de algo en lo que se cree. ¿Con cuál autoridad descalificamos la postura opuesta? ¿Así pedimos democracia? Democracia ¿para quién? ¿Se trata del tradicional, quítate tu para ponerme yo?
Por mi parte, me niego a compartir posiciones que no induzcan a la reflexión, a dejar de escuchar opiniones contrarias —aun cuando sea de los chavomaduristas—, a descalificar a las personas porque piensan distinto. Inaceptables insultos gratuitos, descalificaciones sin sentido, hipótesis locas. Me niego a transformarme en la intolerante, antidemocrática, difamante y frívola persona, qué sin tener consciencia, auspician los mediocres a diario. Volveré sobre esta cuestión.
GLORIA CUENCA | @editorialgloria
Escritora, periodista y profesora titular jubilada de la Universidad Central de Venezuela
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