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viernes, 29 marzo, 2024

Las esposas de la enfermera

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Por: María Eugenia Fuenmayor

«Los abusadores son simplemente hombres que no saben que son cobardes». Antonia Hodgson. Escritora británica

El título, lamentablemente, no alude a ninguna historia sobre la libertad de amar sin limitaciones de género, tan mentada por estos días, o de cualquier otra forma de amor.

Esta vez se trata de una circunstancia oscura de la vida real protagonizada por un individuo (que es la representación de muchos otros), cuya actitud, para tristeza de los que creemos en la justicia y en la ley y el orden, aún nos genera asombro, pues resulta difícil de imaginar cuán cerca pueden estar algunas personas de la barbarie y, peor, cómo puede haber un sistema político que las apañe y las inste hacia ese tipo de comportamientos.

Con las mareas rojas que, ya sabemos, vienen conquistando a punta de quimeras a las mayorías de nuestra vapuleada región, también han llegado particulares modalidades de irrespeto a la civilidad, de incumplimiento de normas y de violación de procedimientos, aunque sus dirigentes se mercadeen como los adalides de todo lo contrario.

Hace pocos días, vimos como María Suárez, jefe de enfermeras del hospital Pastor Oropeza Riera de Carora, en el Estado Lara, fue esposada y vejada por funcionarios policiales, precisamente por cumplir su deber de exigirles a estos «representantes de la ley y el orden» que cumplieran con el obvio requisito de portar tapaboca en una instalación sanitaria.

Esta es solo una de las innumerables manifestaciones de abuso de poder que han adoptado con fruición demasiados funcionarios de todos los niveles, en los que unos son tapadera y modelos de los otros.

El arma visible al cinto y el uniforme, pero también la ostentación de un cargo resonante,  equivalen a aquellas viejas patentes de corso. Así, vemos con pródiga frecuencia  el «párese a la derecha»; el «ábrame la maleta»; el «de qué es esa carga» que solo logran entorpecer y encarecer, entre otras cosas, el tránsito y distribución de los insumos básicos que necesitan nuestras ciudades para ser funcionales, y sus habitantes para su sustento. El «peaje» se ha convertido, casi, en una institución que recibe «donaciones» en especie o en divisas en efectivo.

Hoy son los peajes en Venezuela; ayer, los bloqueos de carreteras en el país vecino promovidos por  Colombia Humana, ahora en el poder, y antes, la paralización de ciudades enteras en Chile por movimientos violentos que actuaban en nombre de una izquierda que llevó a Boric a la presidencia.

El desorden y el saqueo insidiosos han derivado, a su vez, en abusos policiales que en alguna medida las sociedades chilena y colombiana han sabido procesar y esperemos que así siga siendo y mejorando, más allá del signo político que ahora detenta el poder en aquellas regiones, algunas de cuyas facciones movieron hilos detrás de esos actos violentos masivos.

En nuestro patio, lo que presenciamos es un patético desbalance entre el número de casos de abuso, y el número de responsables formalmente señalados y castigados. Lo que hemos visto es cómo se acumulan expedientes en la Corte Penal Internacional, cuya efectividad real deja mucho que desear, luego de 20 años de su constitución. 

En este contexto, todos somos o podemos ser María Suárez, liberada, sí, de las esposas, pero cuyas huellas quedaron marcadas en sus muñecas, e indeleblemente, tatuadas en su espíritu ultrajado y humillado. Es posible que el poder esté, a veces, representado en un arma o en un uniforme, pero la autoridad jamás. La autoridad es un atributo legal, que justamente por eso, se detenta y se ejerce sobre la base de la ley y de su respeto absoluto e inobjetable. Nunca, una pistola, unas charreteras, una colorida casaca, unas medallas y mucho menos un muñeco inflable podrán ser emblema único y suficiente de autoridad.

MARÍA EUGENIA FUENMAYOR | @mefcal

Experta en mercadeo, comunicaciones y reputación. Directora ejecutiva de Interalianza Consultores.

El Pitazo no se hace responsable ni suscribe las opiniones expresadas en este artículo.


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