Por Manuel de la Mancha
El chavismo murió con Chávez en 2013. Sin embargo, había sido hasta ahora un muerto insepulto. Pululaba en los pasillos del pueblo, en los barrios y hasta en la clase media-escoñetada, como un fantasma que repetía lamentos como el de “con Chávez esto no hubiera pasado”, o, “si Chávez viviera, no habríamos llegado a esto”. Pero luego de las elecciones del 28 de julio, sus propios y autoproclamados herederos se encargaron de hacerle el indigno funeral, nada pleno y sin luna llena, porque se la habían comido.
Fue un velorio en el patio trasero de la historia. Sin coronas, sin flores, sin decoro ni discursos póstumos. Los asistentes, a muy duras penas, alcanzaron el 30 % de los invitados iniciales de la larga lista de los de 1998. El evento fue una deshonra para la memoria colectiva que el chavismo encarnó durante la etapa histórica precedente, etapa tan terrible para la otra cara de la nación.
Pero así se fue. El luctuoso período entre la muerte del “comandante” y su funeral, transcurrió entre arrebatos, saqueo indiscriminado a la nación y crímenes de lesa humanidad que abonaron a la inasistencia de los invitados. Pero, ya muerto y sepulto, esos inasistentes se abren paso nuevamente en un campo fértil para la nueva siembra, porque permanece intacta la semilla de aquella aspiración histórica que los venezolanos delegaron “malamente” en el difunto.
Esa misma gente que imaginó y soñó durante 15 años que el teniente coronel encarnaría el proyecto emancipador, despertó de golpe de su larga y oscura pesadilla. Y ese anhelo histórico de redención social y de bienestar y progreso, el de una “patria del Siglo XXI”, ha vuelto a clamar nuevamente, ahora bajo el peligroso bramido de la desesperación.
La muerte, el funeral y el destierro forzado de millones de compatriotas, ha dejado un hondo vacío que, “por ahora”, solo lo ha llenado el desespero de “salir como sea de esto”. Esto no quiere decir que la gente haya abandonado su aspiración inicial de un país mejor. Es solo que la realidad les ha dado una bofetada de tal magnitud, que la reacción inicial ha sido un desafuero liberal y circunstancial, un arrebato de cordura práctica y quizás, la reacción natural de un despabilado, la pragmática momentánea.
Estamos nuevamente frente a un vacío en la historia venezolana y, como principio de la física, será llenado inevitablemente. Quizás no lo ocupe una personalidad como la de aquel embaucador de pueblos. Quizás mejor toque ahora y por fin, fraguar un proyecto liberador, colectivo, común, que al menos intente llevar a cabo ese sueño de redención que tardó mil muertes y un velorio en volverse a pensar.
Hay todavía unos bastardos reclamando la herencia. Se pelean, cuchillo en mano, por el terreno, los muebles y los harapos dejados tras la borrachera. Hay quienes incluso quieren lanzar una gran “venta de garaje” a los imperialistas del arrabal, con las “sobras de lo que se robaron”, con lo que nos queda de país después del miserable velorio de julio.
Pero no hay hijo legítimo sobreviviente porque nunca hubo ni habrá paternidad sobre el sueño de la libertad. Y la historia, como dijo un amigo recién en sus redes, nunca, nunca, nunca, les perdonará jamás, callar ante tanta injusticia.
El reto inmediato es orgánico y es común. Desde afuera y desde adentro tendremos que actuar como el enjambre que, dejando al viejo panal, busca un nuevo lugar apropiado en el que irá a sembrar a su nueva reina. “Por ahora” tendrá que ser así, si es que se quiere sobrevivir hasta la próxima primavera.