El 18 de octubre de 1945, el proceso cívico militar hacia la democracia

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Por: Alberto Navas Blanco

Desde los años de 1927 y 1928 se iniciaron en el sistema político venezolano dos corrientes históricas que proyectaban el futuro político nacional. La primera de ellas nacía del propio gomecismo, como tendencia liberalizadora de la tiranía instalada desde 1908, entre cuyos componentes, bastante anónimos dada la peligrosidad de tal iniciativa, se encontraba principalmente el Dr. Francisco Baptista Galindo, exsecretario del general Gómez y luego su ministro de Relaciones Interiores, quien previendo ya la edad y la enfermedad del tirano, le había convencido de ablandar la dictadura con algunas iniciativas liberalizadoras que, en el fondo, parecían más bien preparar una transición hacia un régimen más más abierto pero moderado, reformista pero no radical, y progresivamente civilista. 

Las medidas más destacadas comenzadas en 1927 arrancaron con la inesperada clausura de la tenebrosa Rotunda de Caracas, de donde salen libres presos tan importantes y peligrosos para Gómez, como el mismo general Román Delgado Chalbaud, el retorno de los exiliados del Táchira y el desplazamiento del criminal gobernador de esa entidad Eustoquio Gómez. También, como lo llegó a comentar en aquel momento el entonces joven Mario Briceño Iragorry, se preparaba una transición en el seno del gomecismo de Maracay, que era el círculo de la nueva familia de Juan Vicente Gómez, en torno a su nueva familia creada en torno a Dolores Amelia Núñez, un círculo más profesional, liberal y reformista, que aquel viejo círculo familiar inicial del Táchira, engendrado con Dionisia Bello, hermanos, primos y allegados, lo más rancio de lo reaccionario y despótico, entre quienes descollaba la tenebrosa figura de Eustoquio Gómez y Juancho Gómez y sus criminales asociados.

En este nuevo círculo reformista pululaban figuras de visión más profesional y liberal, especialmente militares de alto rango, como el general Eleazar López Contreras y otros de rango medio como el coronel Isaías Medina Angarita, el uno protegido del otro y destinados como andinos y militares a ejercer la presidencia de la República después de la cercana muerte del tirano. Otros destacados civiles complementaban esta élite tardía del gomecismo, desde valiosos médicos como el Dr. Enrique Tejera hasta valiosos y jóvenes intelectuales como el Dr. Arturo Uslar Pietri. Todo ellos destinados a comandar el sistema de reformas que con “calma y cordura” inició el general López Contreras con su Programa de febrero de 1936, que permitió salvar la transición postgomecista hacia un reformismo conservador de corte neogomecista, pero institucionalmente republicano.

Hoy sabemos que el gomecismo más reaccionario aprovechó los sucesos y protestas estudiantiles y militares de 1928 y 1929 para asustar al tirano, y para que pusiera marcha atrás en sus planes reformistas graduales, inclusive logrando defenestrar al presidente civil elegido por el dedo de Gómez, el notable y triste Dr. Juan Bautista Pérez, cuya fugaz y errónea administración recolocó a dicho tirano, otra vez, en el poder político, junto al poder militar que nunca había abandonado. La efervescencia política ante la esperada muerte del jefe único llevó inclusive a la degradación y exilio de su propio hijo, el general José Vicente Gómez y de su ambiciosa esposa Josefina Revenga, lo que demuestra que Gómez se mantuvo aferrado al poder hasta su última respiración en Maracay.


Las medidas más destacadas comenzadas en 1927 arrancaron con la inesperada clausura de la tenebrosa Rotunda de Caracas, de donde salen libres presos tan importantes y peligrosos para Gómez, como el mismo general Román Delgado Chalbaud, el retorno de los exiliados del Táchira y el desplazamiento del criminal gobernador de esa entidad Eustoquio Gómez

Alberto Navas Blanco

Mientras tanto, los herederos y continuadores de la llamada Generación de 1928, con Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba a la cabeza, emprendieron el camino de la oposición, con las reformas democráticas radicales como bandera desde 1936 hasta 1945, siendo perseguidos, encarcelados y exiliados, aunque con menos severidad que durante el gomecismo. Formando partidos políticos primarios y modernos que evolucionaron desde matrices amplias como ORVE, hacia el PDN y Acción Democrática y más a la izquierda las diferentes células se fueron integrando hasta formar el Partido Comunista de Venezuela, un poco más tarde, los activistas socialcristianos fueron formando una derecha difusa que luego se integraría en el antiguo partido COPEI, casi propiedad privada del Dr. Rafael Caldera.

Ambas tendencias, la moderada reformista y postgomecista, muy tarde se organizarían en el Partido Democrático Venezolano, un ente oficialista de Medina Angarita y Arturo Uslar, que se enfrentaría en la primera mitad de los años de 1940, contra el reformismo radical de tendencia social democrática, concentrado fundamentalmente en AD y en torno a calificadas figuras, más allá del propio Rómulo Betancourt, como don Rómulo Gallegos y el poeta Andrés Eloy Blanco, junto a muchos dirigentes populares, obreros, petroleros y agrarios. Hoy se sabe que el trastorno mental que enfermó al posible candidato presidencial de consenso, Dr. Diógenes Escalante, hizo fracasar la posibilidad de una salida pacífica en la transición hacia una democracia más profunda, alternativa y menos andinocratica. Al insistir el general Medina Angarita con otro candidato andino del PDV, se activó entonces la conspiración cívico militar, que acercó a los líderes de AD y de la llamada Unión Patriótica Militar, una logia militar donde actuaban desde hace tiempo algunos oficiales profesionales, como Marcos Pérez Jiménez, Mario Vargas, Julio César Vargas, Horacio López Conde y el oficial asimilado Carlos Delgado Chalbaud, entre otros. El 18 de octubre de 1945 fue el encuentro violento de ambas tendencias reformistas, las que, como ya dijimos ya venían formándose desde 1927. 

Desde el 17 de octubre de 1945 había en el ambiente político y militar suficientes señales de descontento y posibles conspiraciones. En la tarde, ya el general Medina estaba informado de la lista de conspiradores, aunque confusamente parecía pensar que el liderazgo del posible movimiento militar vendría de los lados del general López Contreras. En la noche de ese mismo 17 Acción Democrática realizó un encendido mitin, con oradores como Betancourt y Ruiz Pineda, en discursos que muchos han entendido como un llamado a la insurrección. Ciertamente, las fuerzas militares comprometidas con los jóvenes oficiales, el apoyo político de Acción Democrática y la movilización popular en respaldo a la insurrección, de masas y clase media cansadas ya de casi medio siglo de mandos andinocràticos, dieron al traste entre el 18 y el 19 de octubre con el régimen reformista y moderado de un buen hombre como Medina Angarita, que cargaba con el peso del viejo gomecismo, vestido de un neogomecismo excluyente después de 1936.

El gran mérito atribuido a la Junta Revolucionaria de Gobierno instalada y presidida por don Rómulo Betancourt, fue principalmente la convocatoria a la Constituyente que logró la instauración del sufragio universal directo y secreto, incluyendo el voto femenino, que había estado excluido de nuestras constituciones desde 1811, lo que implicaba darle derechos plenos de ciudadanas a cerca de la mitad de la población.  Sin embargo, sin negar que era un gran avance político, hay que entender que el sufragio no es un fin en sí mismo, sino un medio para garantizar la alternabilidad, representatividad y estabilidad democrática de los poderes públicos; aunque el nuevo régimen también pudo asumir algunas otras reformas y creaciones, capaces de abrir a las mayorías las puertas del bienestar y la modernidad. Entre ellas avances en todos los niveles del sistema educativo, la creación de la Corporación Venezolana de Fomento, el inicio de ejecución de grandes planes viales y estructurales, la flota mercante grancolombiana, la reactivación de los ferrocarriles y la ampliación de los Diques y Astilleros Nacionales, etc. Pero el verdadero logro tal vez fue la gran incorporación de las masas populares a la actividad política, en un apoyo inédito, muy por encima de los grandes y anteriores líderes populares, como Antonio Leocadio Guzmán o el Mocho Hernández. 


Desde el 17 de octubre de 1945 había en el ambiente político y militar suficientes señales de descontento y posibles conspiraciones. En la tarde, ya el general Medina estaba informado de la lista de conspiradores, aunque confusamente parecía pensar que el liderazgo del posible movimiento militar vendría de los lados del general López Contreras. En la noche de ese mismo 17 Acción Democrática realizó un encendido mitin, con oradores como Betancourt y Ruiz Pineda

Alberto Navas Blanco

Una especie de populismo sectario e izquierdizante, pondría en peligro todos estos proyectos que iniciaban apenas su ejecución, el maestro Rómulo Gallegos no era el hombre para una transición tan compleja, el mismo Betancourt cayó en su propia trampa de no poder haber aspirado a la presidencia. Mientras que la logia militar, único poder oponible al apoyo popular, sí supo jugar a la conjugación de factores descontentos internos y poderes externos (como la traición de Carlos Delgado Chalbaud ministro de Guerra, a su antiguo protector, el maestro Gallegos, con el ya admitido apoyo del embajador de los EE. UU.) Por todo ello, el golpe de 24 de noviembre de 1948 desplazó al sectarismo populista adeco del poder, aunque sin la esperada resistencia popular y dio inicio a diez años de progreso en el control y transformación del medio físico venezolano, pero también a diez años de opresión, cárceles, torturas, muertes, cierre de la Universidad y exilio.

El golpe del 18 de octubre de 1945 pudo ser evitado, con un sincero aporte democrático de Medina Angarita y de Rómulo Betancourt, el primero un intolerante amable y el segundo un radical intolerante: ese entendimiento pudo haber evitado las tensiones y exclusiones del Trienio Adeco (1845/1948), pudo haber evitado la distorsionada y corrupta dictadura militar de Pérez Jiménez, pudo haber evitado, la violencia guerrillera de los años sesenta, en un entendimiento más realista que el relativamente exitoso Pacto de Punto Fijo. E, inclusive, la Venezuela democrática en crisis entre 1989 y 1998, pudo haber manejado con más recursos reales e institucionales la crisis del sistema sociopolítico y evitar así el declive estructural y moral que nos ha estado destruyendo durante las dos primeras décadas del siglo XXI. 

Sin entendimiento no es posible una mínima sustentabilidad de la democracia, pero en el ADN de las “élites” venezolanas, muchas de ellas venidas “de abajo” desde  tiempos de la Guerra Federal, está presente el cromosoma maligno del desconocimiento radical del otro, aunque sus planes políticos puedan ser parecidos y encontrables en un solo proyecto de nación, democrática y alternativa, sin el miedo que domina la posibilidad de dejar el poder, aunque sea por un tiempo alternativo.


ALBERTO NAVAS BLANCO | @[email protected]

Licenciado en Historia de la Universidad Central de Venezuela, doctor en Ciencias Políticas y profesor titular de la UCV.

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