En medio de toda clase de crisis, el subcontinente echa de menos líderes e instituciones capaces de zanjar las diferencias y los retos para proyectar a sus países al futuro

Por: Carlos Gutiérrez

El 24 de julio de 2021, en la reunión de cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lanzó un mensaje provocador, justo en el homenaje por el natalicio de Simón Bolívar. Hablaba de buscar una “nueva convivencia” entre los países de América, “porque el modelo impuesto hace más de dos siglos está agotado, no tiene futuro ni salida, ya no beneficia a nadie”. En ese sentido, dijo que lo mejor es apostar por la fortaleza política y económica del continente. “No veo otra salida”, subrayó. 

Además, puso en el centro del debate a la Organización de Estados Americanos (OEA). Recomendó sustituirla por otro organismo “verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie”, que sea “mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto en asuntos de derechos humanos y de democracia”. Hablaba de un modelo “semejante a la Unión Europea”, pero apegado a la historia, la realidad y las identidades de los países latinoamericanos. 

Esas palabras tuvieron una rápida resonancia en Latam, pero su idea no ha sido tan bien recibida. “Tengo una mirada muy crítica a la OEA, pero no creo que deba desaparecer”, dice Óscar Vidarte, internacionalista y profesor asociado de la Pontificia Universidad Católica de Perú, en conversación con CONNECTAS. No obstante, coincide con AMLO en que este organismo está deslegitimado. Le parece increíble que no haya servido para resolver la crisis de Venezuela, por ejemplo. Considera que ha ido perdiendo importancia y sigue “siendo un órgano extremadamente político”. En realidad, sugiere, habría que fortalecer su papel. 

El mensaje de AMLO también subrayó la ausencia de verdaderos líderes que conduzcan hacia la unidad que recomienda el presidente. Algo que ya señaló la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en su informe La paradoja de la recuperación en América Latina y el Caribe, presentado en julio de 2021. Allí dice que hace falta una “visión estratégica” que permita que los países puedan adaptarse a “los cambios profundos en el entorno mundial” basados en estrategias de desarrollo económico de los países “más grandes”. Desde su perspectiva, América Latina y el Caribe corren el riesgo de “profundizar su condición periférica”. 

Por otra parte, en el artículo “¿América Latina camina hacia el pasado?”, publicado en enero de 2020 por la Fundación Carolina, Rut Diamint y Laura Tedesco reconocen que Latam aparece en los titulares de los periódicos internacionales como una “región problemática”. De acuerdo con su análisis, desde antes de que la pandemia azotara al planeta ya aparecían manifestaciones diarias de anarquía y fragilidad estatal. “Existe, sin duda, una falla en la democracia conquistada a finales del siglo XX, que se derrumba ante las expectativas no cumplidas”, escriben. Para estas investigadoras, se han establecido “ficciones democráticas en lugar de democracias plenas” y el llamado “retorno a la democracia” consagró derechos políticos, pero no aseguró derechos económicos y sociales para toda la sociedad. 

Al parecer, la pandemia profundizó esta condición y algunos gobiernos han utilizado la crisis sanitaria para erosionar las instituciones. De hecho, para contener la emergencia, en algunos casos hubo un uso excesivo de poderes que incluyó limitaciones a la libertad de los medios. Eso concluye V-Dem Institute en su reporte de 2021 titulado “Autocratization turns viral”. Según este centro de la Universidad de Gotemburgo, muchas de las naciones ya tenían un gobierno con tendencia autócrata antes de la crisis, pero esta acentuó esta característica. Señala, particularmente, a El Salvador y Paraguay en el contexto latinoamericano.

Ya en 2019, Human Rights Watch (HRW) hablaba de un auge mundial de las “fuerzas de la autocracia”, es decir, de gobiernos que no suelen rendir cuentas, que se vuelven “propensos a la represión, la corrupción y la mala gestión”. Ponía como ejemplo a Brasil, que eligió presidente a Jair Bolsonaro, quien “no duda en alentar abiertamente el uso de la fuerza letal por parte de los militares y la policía en un país ya devastado por una tasa desorbitada de asesinatos a manos de la policía”. Mencionaba también a Venezuela, que “bajo el régimen autocrático del presidente Nicolás Maduro, (…) sufren una grave escasez de alimentos y medicamentos, lo que ha hecho que millones de personas hayan huido del país”.

La realidad es que la región latinoamericana está polarizada entre dos modelos de Estado: el neoliberalismo y el progresismo, sostiene Luis Fernando Molina, abogado constitucional ecuatoriano y activista de derechos humanos. En cada modelo, él encuentra una manera distinta de ejercer la democracia. Una es representativa, sostenida según él por las clases oligárquicas neoliberales que plantean limitar los derechos políticos solamente al ejercicio del voto. En este modelo, la representatividad “sigue siendo insuficiente e ilegítima”, porque “cuando alcanzan el poder llegan a construir o a elaborar un proyecto político de acuerdo a los intereses de una clase minoritaria”. 

De acuerdo con Molina, el otro tipo de democracia, la participativa, apunta a un “proceso de generación de mecanismos de democracia directa”, donde no basta el ejercicio del voto, sino que las personas se pronuncian sobre la viabilidad de una política pública. Aquí tienen un papel importante las consultas populares, donde las sociedades generan “las demandas sociales para poder ser asumidas por el Estado”. Para él, esta democracia no se agota en los derechos políticos, sino que busca hacer efectivos todos los derechos humanos. 

Otros análisis apuntan a que en Latam las fuerzas políticas se están moviendo. Óscar Vidarte considera que existe un “renacimiento” de la izquierda, sustentado por la llegada al poder de los presidentes de México, Argentina, Bolivia y Perú. Es “muy probable que Lula da Silva pueda ser elegido en Brasil el próximo año”, dice el académico peruano, y que también podrían llegar a la presidencia candidatos de izquierda en Chile y Colombia. 

Curiosamente, la pandemia ya ha provocado cambios en los gobiernos de derecha, que han asumido políticas propias de la izquierda. En el texto introductorio al número 126 de la revista CIDOB d’Afers Internacionals, los académicos Barry Cannon y Patrícia Rangel, de la Universidad de Maynooth, Irlanda, y de la Universidad de São Paulo, Brasil, explican que estos gobiernos “se han visto forzados a traicionar sus principios” y a realizar intervenciones de gran calado para respaldar los servicios sanitarios y de bienestar social, “irónicamente instados por los propios actores transnacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que previamente les habían exigido recortes en dichos servicios para pagar los intereses de la deuda”.

Entre los analistas no hay consenso con respecto al papel que ahora juega Estados Unidos, una posición que López Obrador cuestionó duramente: “Washington nunca ha dejado de realizar operaciones abiertas o encubiertas contra los países independientes situados al sur del Río Bravo”. Pero eso también está cambiando, advirtió el presidente al introducir un fenómeno que avanza silencioso por Latam: “Se terminó el tiempo de la hegemonía de Estados Unidos y a partir de ahora se va a comenzar a ver un mundo multipolar donde la influencia de China en lo geopolítico va a ser mayor”. Desde su perspectiva, “el crecimiento desmesurado de China” en América Latina fortalece la idea de que los países de esta región del continente deben ser vistos como aliados y no como “vecinos distantes”. 

Esta tendencia no es del todo nueva. En un artículo titulado “¿El mundo actual sin coordinación ni liderazgo?”, Fernando Ariel Bonfati, investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional del Nordeste, en Argentina, habla de que la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos aceleró un cambio en el equilibrio global. “La potencia norteamericana ha dejado ‘un vacío importante’ en el tablero geopolítico internacional”, señala en su texto. En entrevista con CONNECTAS, Bonfati explica que, a diferencia de Trump, ahora ve “más abierto a Biden en el sentido de poder desarrollar acuerdos multilaterales con muchos países de Latinoamérica y dejar un poquito de lado lo que serían las diferencias de ideologías con algunos países”. Se refiere principalmente a Venezuela. 

Justamente esta semana, como despertando a esta nueva realidad, la Casa Blanca lanzó un comunicado en el que anuncia una Cumbre de Líderes sobre Democracias para los días 9 y 10 de diciembre. De acuerdo con el documento, el presidente Biden considera que “el desafío de nuestro tiempo es demostrar que las democracias pueden contribuir a mejorar la vida de su propia gente, abordando los grandes problemas que enfrenta el planeta entero”.

Los próximos meses serán cruciales para la región, porque en noviembre habrá elecciones en Chile y en 2022 en Colombia y Brasil. Podría volver a gobernar Luiz Inácio Lula da Silva, lo que significaría “el despertar y el resurgir del progresismo” en esa nación, aunque con la llegada de Pedro Castillo ya se abre una línea en ese sentido en el Perú. También podría ocurrir lo mismo con el triunfo del colombiano Gustavo Petro en Colombia, “que ha sido muy conservadora siempre”, afirma Molina. 

Para el experto, eso abre la posibilidad de un escenario en el que México, Argentina, Perú, Bolivia, Brasil y Colombia reactiven y refuercen iniciativas como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y CELAC, en busca de un proceso de integración regional que avance “hacia la dignificación del ser humano, la libre movilidad y la consolidación de estados democráticos y garantistas de derechos”. Sin embargo, Molina previene que podría pasar lo contrario si en las urnas triunfa el ala neoliberal, lo que afianzaría la línea conservadora instaurada desde 2016 y 2017.  

Es cierto, como señaló López Obrador, que en América hay una urgencia por superar las polarizaciones y encontrar el diálogo. Pero ninguna solución es posible sin instituciones que puedan estar por encima de los vaivenes políticos de los gobiernos de turno. Y es que en muchos países de la región algunos gobernantes han llegado al poder por medios democráticos, pero han aprovechado la falta de una institucionalidad sólida para abusar de la democracia y tratar de perpetuar su tendencia ideológica en el poder. Así, con gobiernos de derecha o de izquierda, progresistas o neoliberales, solo un ejercicio respetuoso de la democracia podrá asegurar el bienestar regional, porque lo que afecta a un país repercute en cada uno de los ciudadanos de todo el subcontinente.

Cada semana, la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS publica análisis sobre hechos de coyuntura de las Américas. Si le interesa leer más información como esta puede ingresar a este enlace.

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