En un episodio sin precedentes, los cubanos salieron masivamente a protestar a las calles contra el régimen. No van a tumbar al gobierno, pero aprendieron que ni siquiera allá el poder del Estado es infinito

Por: Jessica Dominguez, miembro del CONNECTAS Hub

En Cuba hay varios entendidos políticos que, a fuerza de repetirlos, todo el mundo los conoce. Uno de ellos es que “la calle es de los revolucionarios”.

En la isla, la política –y la tranquilidad de una persona– se mide en ser o no ser revolucionario: a la usanza de Hamlet, no hay términos medios. Esto significa, desde el punto de vista gubernamental, quienes están a su favor y en su contra. Entendiendo que ellos son la Revolución: sus herederos y los únicos que poseen la verdad sobre ese término.

Cuando el 11 de julio de 2021 salieron a la calle miles de personas a protestar en todas las provincias del país, ocurrió algo relevante e inédito en los últimos 60 años. Lo trascendente de ese acto, más que lo que podría significar en el futuro, fue el hecho en sí: que las gentes tomaran las calles y ocuparan un espacio público sacralizado y propiedad exclusiva de los “revolucionarios”.

Sobre el mediodía del domingo en las redes sociales comenzaron a aparecer videos de las protestas en San Antonio de los Baños, un pueblo en el suroeste de la capital, en el interior del país. Comenzaron en el parque y llegaron hasta las sedes del Partido comunista y del gobierno local. Los participantes se sumaron en bicicletas, motos eléctricas o caminando; se conocían unos a otros y compartían los mismos reclamos: gritaban hasta cuándo esto, no hay medicinas, vacunas, abajo el gobierno, libertad.


Para entender estas protestas, habría que mirar cómo se llegó ahí. Como ha mencionado CONNECTAS, no fue por reacción, sino por acumulación. El país atraviesa una profunda crisis económica que impacta en la vida social y política. A ello se suma un agravamiento de la situación sanitaria por una nueva ola de contagio de la covid-19, a pesar de haber aprobado Abdala, la primera vacuna latinoamericana, y tener casi lista una segunda: Soberana 02. A pesar de que más de un millón de cubanos ya habían completado su esquema de vacunación.

Los números son claros. Hasta el 12 de abril de 2021, a poco más de un año de pandemia en el país, habían fallecido 467 personas y se habían diagnosticado 87.385 casos. Solo tres meses después, el 12 de julio, la cifra alcanza los 1.579 fallecidos y 224.914 casos positivos (2,5 más). La peor situación ocurre en la provincia de Matanzas, donde se ubica Varadero, el principal polo turístico del país, aunque el primer ministro insiste que el aumento de los contagios no está asociado a los turistas, sobre todo rusos, que siguen arribando al país.

Usuarios cubanos en Twitter habían iniciado la campaña #SOSMatanzas, a la que lograron sumar influencers y personalidades internacionales como Mia Kalifha, Alejandro Sanz, Daddy Yanky, Paco León, Residente (Calle 13), entre otros para denunciar el colapso hospitalario y reclamar vías legales para el envío de ayuda humanitaria.

A eso se añade una profunda escasez de medicinas y alimentos y el regreso de largos cortes eléctricos por roturas y mantenimientos en las termoeléctricas y por falta de combustibles.

El cuadro básico de medicamentos en Cuba abarca 619 productos, de ellos el 42 por ciento importados y el 58 por ciento de producción nacional. El principal fabricante nacional BioCubaFarma reconoció que durante 2020 un promedio de 85 medicamentos de los 350 que ellos producen estuvieron en falta. Después de reconocer que la situación seguía “tensa”, el ministro de Salud Pública José Ángel Portal solo ofreció la alternativa de producir y usar la medicina natural y tradicional.

El gobierno norteamericano de Donald Trump aprobó 243 medidas adicionales para recrudecer el bloqueo/embargo que lleva ahogando a la economía cubana por más de 60 años. Y sus efectos resultan visibles, no solo para el gobierno sino para las familias. La prohibición del envío de remesas y las restricciones a los vuelos comerciales entre ambas naciones son solo dos ejemplos.

Los principales alimentos y productos de primera necesidad ahora solo se compran en tiendas en divisas extranjeras (MLC). A finales de 2019 el gobierno anunció la apertura de estas tiendas vinculadas a electrodomésticos y productos de gama alta para recuperar divisas y comprar en el exterior electrodomésticos y productos de gama alta; a mediados de 2021 están generalizadas en todo el país y son casi la única opción para las familias. Su eliminación es uno de los principales reclamos de la ciudadanía.

En los últimos meses han aumentado las tasas de cambio del dólar estadounidense y otras divisas. El cambio oficial está fijo en 24 pesos, pero en la calle hay que pagar más de 60, pues los bancos no venden las divisas por “falta de liquidez”. Esto pone en una posición cuestionable las medidas de “ordenamiento económico”, como el aumento de salarios que inició el gobierno en enero de 2021. Ha disminuido la capacidad adquisitiva de las personas y aumentado la desigualdad social.

Por eso, cuando se calmaron las protestas en San Antonio y llegó el gobierno al lugar, ya era tarde: la llama se había extendido y multiplicado en más de 40 puntos del país. No hubo organización previa ni un liderazgo reconocible. La gente sencillamente salió a expresarse, a ver qué pasaba, a reclamar y algunos también movidos o insultados por la transmisión televisiva que hizo el presidente cubano en cadena nacional.

Miguel Díaz Canel cerró con las siguientes palabras: “Sabemos que hay otras localidades del país, donde grupos de personas en determinadas calles y plazas se han concentrado movidas también por esos propósitos tan malsanos. Convocamos a todos los revolucionarios a salir a las calles a defender la Revolución en todos los lugares”.

Laura Vargas, una joven que caminó siete kilómetros al centro de la ciudad desde su casa en Luyanó, le dijo a CONNECTAS que “en las calles había gente humilde, muchos jóvenes; pero sobre todo me sorprendió la cantidad de personas mayores. No sabíamos bien hacia donde ir y cuando llegamos al capitolio había patrullas, oficiales de civil y no se sabía quién era quien, y ahí fue cuando empezó la violencia. Trataban de impedirnos el paso y no querían que la gente filmara”.

En los pueblos de barrio tampoco lo pensaron mucho. A la calle salieron las personas que no tenían nada que perder. Hubo artistas, intelectuales y personas de todos los niveles educativos que sentían una oportunidad para la lucha política. Pero la mayoría de los participantes provenía de sectores populares, de barrios marginales, sin ataduras políticas ni laborales. La gente que hace largas colas en las tiendas, la gente que no consigue alimentos o medicinas para sus hijos, la gente a la cual las promesas de cambio y la política no le dicen mucho.

Pero también comenzaron a salir, con el respaldo institucional y el permiso del presidente, personas de centros de trabajo; llevaban los carteles y banderas que tuvieron tiempo de coger y provocaban a los manifestantes con la seguridad de quien hace lo correcto. Ellos serían luego los “héroes” de esta historia.

Los videos muestran actividades pacíficas y también violentas, hubo actos de vandalismo y también robo. Algunas personas tiraron piedras, volcaron patrullas policiales, rompieron y saquearon tiendas en divisas. Las fuerzas del orden y los manifestantes pro-gubernamentales también respondieron a la altura, dieron golpes, palos, disparos, arrebataron cámaras, amenazaron, empujaron… El saldo, un número indefinido de personas detenidas, ninguna a favor del gobierno.

Estas protestas fueron un desquite, por ambos lados, en una sociedad que lleva años azuzada por la polarización y los enfrentamientos. Fueron las primeras protestas populares en mucho tiempo y si algo no hubo fue orden y mesura en ningún sentido; tampoco se podía pedir.

Su éxito –si se puede decir que hubo alguno– radicó en su desorganización y en la sorpresa: era difícil creer que eso pasara y que se extendiera. También era difícil creer que en Cuba la Policía revolucionaria y popular arremetiera contra el pueblo, aunque ese fuera su encargo. Diubis Laurencio, de 36 años, fue la primera víctima reconocida.

Después del anochecer se fueron ahogando las protestas, aunque no necesariamente la euforia y la incredulidad. En los días sucesivos, en algunos puntos hubo remanentes de rebeldía, pero ya la oficialidad había recuperado las calles. Los mítines revolucionarios, de militantes del partido y viejos combatientes, con audios y banderas, se fueron imponiendo. Sin enfrentamiento y sin masividad.

A las protestas siguió un apagón de Internet por datos móviles, la criminalización de los participantes y el desconocimiento de su legitimidad.

La versión del presidente cubano es que “se trató de disturbios y no de manifestaciones pacíficas espontáneas, responden a un plan extranjero y son parte de una guerra mediática contra Cuba”.

Muchas personas creyeron que había llegado la hora de Cuba. Algunos han esperado por años el derrocamiento del gobierno y muchos quieren cambios; pero la mayoría de quienes salieron a la calle no pensaron en lo que pasaría después.

Antes de julio de 2021 hubo un 27 de noviembre de 2020. Entonces, un grupo de artistas presionó para dialogar con las autoridades frente al Ministerio de Cultura y el episodio terminó con una victoria en el corto plazo y una derrota en el largo. Durante los últimos seis meses ha aumentado la represión contra esos jóvenes –muchos de ellos también presentes en las protestas– y sus reclamos han sido desconocidos y tergiversados mientras los medios de comunicación oficiales desataron una campaña de descrédito en su contra.

Estas protestas de ahora no son el inicio de una nueva revolución y la ciudadanía no busca una guerra civil; son un acto de aprendizaje democrático, una demostración de que el poder del Estado no es infinito, ni siquiera en Cuba. La gente también se cansa y pierde la confianza. La política ya no es más un cheque en blanco al gobierno y éste también puede perder las calles.

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